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DE LA ILUSTRACIÓN A LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL



En el s. XVIII, la Ilustración dio nueva vida a Alemania e inspiró a multitud de príncipes autócratas la construcción de magníficos palacios y jardines por todo el territorio alemán. El Schloss Charlottenburg de Berlín, el Sanssouci Park de Potsdam y el Zwinger de Dresde son buenos ejemplos del espíritu de aquella nueva era. Entretanto, se dieron a conocer Johann Sebastian Bach y Georg Friedrich Händel, y una ola de Hochkultur (hipercultura) se apoderó de la minoritaria clase alta, mientras el pueblo llano seguía siendo analfabeto.


Como consecuencia de la adquisición de los territorios de los antiguos caballeros teutones y el apoyo de los monarcas Hohenzollern, Federico Guillermo I, apodado El rey soldado, y su hijo, Federico II [1740-1786], Brandeburgo-Prusia se convirtió en una entidad de peso que, tras la Guerra de los Siete Años (1756-1763) contra Austria, se anexionó Silesia y la fragmentada Polonia.


Entre 1801 y 1803, durante las guerras napoleónicas, una delegación imperial secularizó y reconstituyó el territorio alemán por orden del emperador francés Napoleón Bonaparte. En 1806, la Confederación del Rin erradicó un centenar de principados. El emperador Francisco II [1792-1806], que se olía el fin de Sacro Imperio Romano Germánico, se trasladó a Austria, donde se autoproclamó Francisco I de Austria y abdicó del trono. Ese mismo año Brandeburgo-Prusia cayó en manos de los franceses, si bien la humillante derrota propició reformas que la aproximaron a la categoría de estado, como la concesión del estatus de igualdad a los judíos o la abolición de la mano de obra esclava.


En 1813, el avance de las tropas rusas sobre las francesas en Leipzig provocó la mayor de las derrotas de Napoleón. En el Congreso de Viena, Alemania fue reconocida como confederación de 35 estados, tras lo cual se estableció en Frankfurt una ineficaz asamblea legislativa (Reichstag), solución insatisfactoria poco mejor que el Sacro Imperio Romano Germánico. La asamblea, que apenas representaba a los estados más populosos, no logró refrenar la rivalidad austro-prusiana.


Hacia mediados del s. XIX, los motores de la moderna era industrial ronroneaban ya por todo el país y un nuevo movimiento proletario urbano reclamaba la centralización del gobierno al tiempo que los escritores de la llamada Joven Alemania publicaban pasquines en los que censuraban a los poderosos de la época y exigían la creación de un estado central.


En 1848, Berlín, como casi todo el suroeste, se convirtió en un nido de revueltas que incitaron a los líderes alemanes a reunir en la iglesia de San Pablo (Paulskirche) de Frankfurt a la primera delegación parlamentaria elegida libremente. Entretanto, Austria se escindió de Alemania y elaboró su propia constitución, aunque no tardó en volver al monarquismo. En plena efervescencia revolucionaria, en 1850 el rey prusiano Federico Guillermo IV redactó una constitución que permanecería en vigor hasta 1918.




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