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UNA CUESTIÓN DE FE


La religión alemana está cortada por el patrón de la Reforma del s. XVI. En 1517, en la ciudad universitaria de Wittenberg, el profesor de teología Martín Lutero (1483-1546) publicó sus Noventa y cinco Tesis que cuestionaban la práctica papal de vender indulgencias para perdonar los pecados. Lutero, amenazado con la excomunión, no quiso retractarse, renegó de la Iglesia católica y fue proscrito por el emperador, tras lo cual se ocultó en el castillo de Wartburg (a las afueras de Eisenach, en Turingia) donde tradujo el Nuevo Testamento al alemán. Actualmente puede verse una mascarilla de Lutero en el Marktkirche de Halle, y otra en la Luthers Sterbehaus de Eisleben.


Las iglesias católicas y luterana no convivieron en condiciones de igualdad hasta 1555, año en que Carlos V [1520-1558] firmó la Paz de Augsburgo, por la que los príncipes podían escoger la religión de sus principados. Los más seculares del norte adoptaron las enseñanzas luteranas, mientras que los señores clericales del sur, del suroeste y de Austria permanecieron fieles al catolicismo.


Sin embargo, el problema religioso no se extinguió, sino que degeneró en la sangrienta Guerra de los Treinta Años, a la que se unieron Suecia y Francia hacia 1635. Volvió la calma con la Paz de Westfalia (1648), firmada en Münster y Osnabrück, si bien el imperio, constituido entonces por más de 300 estados y 1000 territorios más pequeños, quedó convertido en una nación nominal e impotente. Suiza y los Países Bajos lograron independizarse, Francia se hizo con fragmentos de Alsacia y Lorena, y Suecia se adueñó de las desembocaduras de los ríos Elba, Oder y Weser.


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