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COMIENZOS DE LA EDAD MEDIA

El fuerte regionalismo de la Alemania actual tiene sus raíces en las disputas e intrigas por los despojos territoriales que sostuvieron, a comienzos de la Edad Media, las diversas dinastías, apenas controladas por un ineficaz estado central de inspiración romana.



El núcleo simbólico del poder era la catedral de Aquisgrán, convertida desde el 936 en sede de la coronación y el entierro de decenas de reyes alemanes. Inauguró la tradición Otón I, que en el 962 renovó la promesa de Carlomagno de proteger al papado, a lo que el Papa correspondió con un voto de lealtad al emperador. Esto convirtió a ambos poderes en una extraña y a menudo reñida pareja durante los siguientes 800 años y supuso el nacimiento del Sacro Imperio Romano Germánico, un estado nebuloso que sobrevivió hasta 1806.


La lucha de poder entre el Papa y el emperador, que además debía lidiar con los príncipes locales o los clérigos-príncipes, fue la causa de muchas de las revueltas de principios de la Edad Media. El llamado Conflicto de Investidura tuvo lugar durante el mandato del rey sálico Enrique IV [1056-1106], cuando el Papa prohibió la práctica de la simonía (compraventa de prebendas y beneficios eclesiásticos). El rey, excomulgado y arrepentido, viajó a Canossa (Italia) donde pasó tres días descalzo en la nieve a la espera del perdón papal. Fue absuelto, pero como consecuencia su reino se vio sacudido por una guerra civil de casi 20 años, finalmente resuelta en un tratado que se firmó en la ciudad de Worms (estado de Renania-Palatinado) en 1122. Las tumbas de Enrique y otros monarcas sálicos se encuentran hoy en la espectacular catedral de la vecina Spira.


Durante el reinado de Federico I Barbarroja [1152-1190], Aquisgrán se convirtió en capital del reino, y en 1165, año de la canonización de Carlomagno, se le otorgaron sus derechos de libertad. Entretanto, Enrique el León, güelfo con especial interés en Sajonia y Baviera, extendió su influencia hacia el este mediante campañas destinadas a germanizar y convertir a los eslavos que poblaban buena parte de la actual Alemania oriental, donde hoy en día aún puede encontrarse una minoría eslava, los sorbios, asentados en la región de Spreewald. Enrique, que estaba bien relacionado (su segunda esposa inglesa, Matilde, era la hermana de Ricardo Corazón de León), no sólo fundó Braunschweig (donde yace actualmente su tumba), sino también Munich, Lübeck y Lüneburg. En su momento de mayor apogeo, su reino se extendía desde el norte y las costas bálticas hasta los Alpes, y desde Westfalia hasta Pomerania (en Polonia).


El reino ganó territorio al este y en Italia, pero pronto se desmembró como consecuencia de muertes prematuras, disputas entre los aspirantes güelfos al trono y Hohenstaufen, y la elección de un rey y un anti-rey respaldado por el Papa. En aquella época, los reyes los elegían los Kurfürsten (príncipes electores) pero era el Papa quien los coronaba emperadores, sistema que convertía a los emperadores en lacayos remisos. En 1245, el reino se vio sumido en el llamado Gran Interregnum o Época Terrible, en que el papa Inocencio IV depuso a su propio emperador, se multiplicaron los reyes y la autoridad central se desmoronó.


Aunque el reino central era ya solo una sombra de su antiguo poderío, la expansión hacia el este no se vio afectada en absoluto. A mediados del s. XII, las tierras situadas al este del río Oder (actualmente la frontera oriental de Alemania) fueron ocupadas por campesinos y ciudadanos alemanes. En el s. XIII, los caballeros teutones siguieron avanzando hacia el este, levantando a su paso ciudades fortaleza como Königsberg (hoy Kaliningrado). En su momento de máximo apogeo, el estado unificado de los caballeros se extendía desde el Oder hasta Estonia. Más adelante, en el s. XVII, una franja considerable de estas tierras se convertiría en parte de Brandeburgo-Prusia.


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